Por Jorge Daniel Testori
Indudablemente son los campeones, los mejores del mundo en cada posición, sus remuneraciones tan altas como su estima dentro de la sociedad, y están contentos, alegres con su profesión de futbolistas que se divierten y entretienen a los aficionados al noble deporte.Cada encuentro ganado por goleada, con la magia y el arte de la habilidad y precisión al máximo, jugando en equipo y priorizando al conjunto antes que lo individual.Para colmo del entusiasmo popular, lo hacían respetando a los rivales y con un juego fuerte y leal.
Las hinchadas de los diversos clubes los amaban casi tanto como a los propios representantes de sus divisas.Los colores de su camiseta pintaban las expresiones mas puras de la entrega, el fervor y la saludable ejercitación del cuerpo, ese templo donde reside el alma de los que aman la vida.Invictos como guerreros del Olimpo, responsables como nadie en su actividad pública y privada, generosos y solidarios como ciudadanos a tomar como ejemplos, sin que ello los llene de soberbia.Hasta que un día, un 1 a 0 en contra con un penal mal cobrado en el último minuto de descuento, les demostró que no sabían perder.Cambio todo.