El pitazo final
de Catrian Peralta fue el sonido de la desilusión. Los jugadores del Rojo se desplomaron
en el piso y más de uno no pudo contener
las lágrimas. Ni las voces de aliento de los hinchas lograron apagar tanto
dolor. El esfuerzo de toda una temporada había sido en vano y el sueño del
ascenso en el año del Centenario se había hecho trizas.