Ya nada resulta creíble y todo se realiza bajo un manto de sospecha. Arbitrajes, ascensos, títulos. Todo es objeto de polémicas. Pero lo que no imaginábamos es que íbamos a tener un nuevo campeón en una oficina de Puerto Madero. En el país de los campeones del mundo que pase una cosa así nos tiene que llenar de indignación. La conducción del fútbol argentino no se cansa de modificar reglamentos con los torneos en marcha o a punto de finalizar.
Nadie duda de los méritos de Rosario Central, el club que más puntos sumó en la temporada. Pero si legislamos hacia atrás, entonces estaríamos en condiciones de pedir dos estrellas más para Defensores de Cambaceres que fue el mejor de la tabla anual en 2021 y en 2022, más allá de que no pudo ganar ni el Apertura y ni el Clausura de esas temporadas en la Primera D. ¿Es una locura lo afirmado? Claro que sí, pero en este bendito y vapuleado fútbol argentino todo parece estar permitido.
Los dirigentes son cómplices de todo y lo hacen por conveniencia o por temor a las represalias. Ya no se puede alzar una queja porque llegan las sanciones. Y así casi todos están disciplinados y acatan cada una de estas barbaridades.
Campeonatos con abundancia de equipos, ascensos sospechados, campeones y torneos por doquier, decisiones arbitrarias y reglas que se modifican constantemente son parte de un cambalache nunca visto en el futbol argentino.
Pero somos los campeones del mundo. Sí, en la improvisación, en la falta de seriedad y de ética.
