Lucas Pratto es protagonista de una de esas historias que
merecen ser contadas. A diferencia de muchos deportistas de elite que tuvieron
la suerte de contar con todos los elementos y apoyos necesarios para
desarrollarse desde pequeños en un mundo tan competitivo (y muchas veces cruel)
como es el del fútbol, el platense que hoy se ha ganado un lugar en la
Selección Nacional en base a sacrificio y goles las pasó todas hasta ganarse un
nombre en el fútbol grande.
Transitó por un sendero lleno de obstáculos pero su corazón
siempre fue tan grande que le permitió sortear todos los contratiempos que le
iban surgiendo en su periplo. En la pre-adolescencia, como inmortalizó Cerati,
“su curiosidad fue más grande que sus miedos” y convenció a su mamá, Daniela,
para dar el salto del fútbol infantil de barrio (jugaba en Gimnasia de
Los
Hornos) a las divisiones juveniles de Defensores de Cambaceres. Quería meterse
en el fútbol de AFA tras tantas tardes y noches dándole a la redonda por las
calles de Altos de San Lorenzo, su barrio de la niñez en la región.
EL ROJO Y LA
APARICION DEL TITA
Se sumó con edad de novena al fútbol amateur de Defensores
de Cambaceres y, pese a su robustez, tenía tendencia a volantear y no a jugar
metido en el área. Con el paso del tiempo, lo convencieron, lo fueron
adelantando en el campo de juego y, así, nació el centrodelantero que hoy es
considerado el mejor “9” puro del “Brasileirao”, donde viste la camiseta del
Atlético Mineiro, aún con chances matemáticas de campeonar.
“Desde que lo vimos notamos que tenía condiciones” , le
cuenta a este diario Alejo Julio Santa María, histórico coordinador de
divisiones juveniles de Defensores de Cambaceres a este diario. A poco de
llegar al “Rojo”, fue subido a trabajar con las categorías más grandes y se
transformó en una de las “joyas de la abuela” de la cantera del club de la
calle San Martín.
Con la explosión y los goles, llegó el momento de dar el
salto. A través de Gabriel Palermo , preparador físico y árbitro de fútbol,
hermano mayor de Martín, pudo probar suerte en las inferiores de Boca, donde
impresionó muy bien y fue fichado rápidamente para el equipo principal de sexta
en AFA. Eran tiempos en que el “Titán” rompía redes vestido de azul y oro. El goleador
histórico del Xeneize lo apadrinó, le dio sus consejos de artillero de pura
cepa y Lucas Pratto fue escalando en la tira de juveniles del club de La
Ribera, y fue goleador y campeón en quinta división.
Tiempo después, tapado en un Boca con un tremendo fondo de
armario en materia ofensiva, no le quedó otra que emigrar. Le abrieron paso en
Tigre, con Diego Cagna como DT, donde tuvo su bautismo de fuego en el fútbol de
primera división. Aquel pibe que se comía una hora de ida y una de vuelta en el
275 para ir a entrenar a Ensenada y que había empezado con botines de imitación
de las grandes marcas, había llegado. Atrás, habían quedado horas de viaje en
colectivo, tardes de frío entrenando en el barro, patadas en las canchas más
recónditas del fútbol de ascenso e historias de esfuerzo y sacrificio para
tener la mejor formación posible viniendo de un hogar humilde pero donde nunca
le hicieron faltar nada.
LA EXPLOSION
En Tigre no llegó a afirmarse, tampoco en su fugaz vuelta a
Boca, ni en su paso por Unión de Santa Fe. La gran explosión de su carrera fue
en Chile. La llegada a la Universidad Católica marcó un punto de inflexión. Fue
goleador cruzado, campeón nacional y uno de los artilleros de la Copa
Libertadores de 2010, aquella que ganó el brillante Inter de Porto Alegre de
Andrés D’Alessandro.
Pero a la carrera del Oso le faltaba algo. El platense aún
tenía la espina clavada de no poder triunfar en el fútbol argentino. Se la
quitó con tres temporadas fantásticas en Vélez y sendas vueltas olímpicas vistiendo
la casaca de la “V” azulada.
Más tarde llegó su pasó al fútbol de Brasil, con un mercado
aún fortalecido por la explosión de la organización de la Copa del Mundo. El
Atlético Mineiro puso el dinero y se quedó con sus servicios.
Hoy, es ídolo en el “Galo”, donde comparte plantel con
cracks de la talla de Robinho o Fred. Ese gran momento en el club de Belo
Horizonte le abrió las puertas del equipo nacional, desde la llegada de Edgardo
Bauza.
Lo que vino después, es historia conocida. El Patón le dio la
responsabilidad de suplantar al cuestionado Higuaín y él cumplió. Se anotó en
la red y le dio al ataque esa cuota de sacrificio que se pide desde la tribuna.
Es que sacrificio y Pratto son dos palabras que combinan a la perfección desde
hace mucho tiempo, cuando soñaba con vestir la albiceleste mientras era
arropado por la del rojo. El abrazo interminable de un tal Lionel Messi fue el
mismo que imaginariamente le dieron, en la noche del martes, sus familiares y
amigos de nuestra ciudad y Ensenada que fueron testigos silenciosos de un
recorrido de película.
FUENTE: Diario El Día