martes, 31 de diciembre de 2013

DEFENSORES TIENE SU HISTORIA CON LOS MUÑECOS DE AÑO NUEVO

¿Quién fue el jugador de Defensores de Cambaceres que se quemó en 1956 en la esquina de 10 y 40? ¿Agustín Monetti, Rodolfo Gallego Rodríguez o Pichón Negri? La tradición de la quema nació frente a un bar-almacén, de Luis Tórtora, presidente del Rojo de Ensenada, campeón invicto de la liga local.

“Hoy se compran maderas, todo, antes nada... Y al personaje que se quemaba, se lo invitaba, porque tenía que estar vivo. Aunque nunca venía, era medio difícil...” Roberto Tórtora nos atiende en su casa de 40 nº 731, que vendría a ser la sede de La capital del muñeco. Invitó a sus amigos, tres de fierro -como la estructura de un muñeco- y sin querer apareció uno que había estacionado el auto enfrente y pasó pa’ adentro, con una memoria que resucitó a varios personajes. Qué charla, pongamos algo para beber y salgamos a caminar imaginariamente por estas calles, cincuenta años no es nada. -Queremos saber quién era el futbolista que se quemó. En esta esquina nació el primero y ya se escribió mucho, pero el dato de quién era el tipo no aparece en las bibliotecas señores . Roberto, el hijo del que marcó el camino, frenó a los demás. Quizás el silencio traía reminiscencias de su viejo. “Es hacer teoría pura y no poder demostrarlo” suelta Roberto.
Cuatro nombres. Agustín Monetti, Rodolfo Gallego Rodríguez (ex Gimnasia), Manuel Payo Pellegrina y Juan José Pichón Negri (dos ex Estudiantes). Los cuatro terminaban sus carreras en el Rojo de Ensenada, gran campeón e invicto, a pocos años de ser club de AFA. ¿Qué unía a la esquina de La Plata con la ciudad de Ensenada? El tema es que había un bar-almacén, por donde caminaban futbolistas, la mayoría de Cambaceres. A ellos los invitaba Don Luis Tórtora, dueño del boliche y presidente de Camba. Su entusiasmo por el título de aquel año lo llevó a construir un cartel que decía “Defensores de Cambaceres - 1956. La Barra de 10 y 40”, pintándose de rojo un muñeco con pirotecnia. Quién diría que la gran idea de Luis perduraría para siempre, extendiéndose a todos los barrios de a poco, siendo hoy una fiesta mundialmente única. En la casa de Luis, en el patio, había un gallinero y también guardaba un Ford A modelo 31. Cerca de las fiestas ése era el sitio para armar el momo. Lo único que se le agregaba afuera eran los brazos y el día 31 lo trasladaban a la puerta del despacho de bebidas. La sirena En la trastienda de aquella pulpería, todos los meses se hacía una comida. Pasaban Oleynicky, ex arquero pincha, Juan Angel Ferretti, otra figura de antaño, noches y reunión. No faltaba Gino Onofri, que también tenía cierta ligazón con la orilla ensenadense. Era capitán de los bomberos de Ensenada y le prestaba a la barra la sirena. “No todo el mundo tenía sirena -dice Roberto-; también nos prestaba un mortero para lanzar las bombas”. A las 19 la vida en 10 y 40 era dedicada a ese muñeco. Luis ya no preparaba un trago al parroquiano que pedía para calmar su sed y sus penas. Ahora el trago especial lo pensaba en función del muñeco: en una botella mezclaba kerosene, alcohol y algo más. Arrojaba ese líquido en forma circular, rodeando al muñeco y prendía fuego. La multitud, de chicos y grandes, tomados de la mano comenzaba a gritar y a aplaudir, mientras por una escalera alguien trepaba para encender la cabeza del personaje. Se mantiene el fuego Fuera del bar Los Obreros (así se denominaba), en las horas más festivas los muchachos salían a la puerta y tomaban del pico riendo como hienas contándose aventuras. Como las chapitas que ponían en los fierros del tranvía -por allí pasaba el 14-. Juntaban chapitas de sidra y les ponían clorato de potasio, azufre molido, carbón molido y azúcar, y cuando sobre los rieles venía la máquina de calle 9 hasta 11 explotaban de lo lindo. La fachada del bar tenía un paisaje de ladrillos, un par de carteles publicitarios, Amaro Montebar, Vinagre Alcazar, Franca y Bols. Un árbol era adornado como un arbolito y no faltaba el mensaje de “Felices Fiestas, la barra de 10 y 40”. El fuego sagrado de la celebración continúa de generación en generación.