Por Jorge Daniel
Testori
Hay anécdotas en el fútbol del ascenso, hay historia, hay
toda una ternura impregnada en los tablones de las canchas de esos equipos de
barrio, de esos hinchas y dirigentes, de esos jugadores que luchan y sueñan por
sus colores.
Muchas de esas historias son desopilantes, risueñas, locas,
que no hacen mas que reafirmar que ese deporte, es además, un juego. Un
juego
que debe ser bonito, divertido, comprometido, leal y fuerte, porque ganar es la
meta y ganar a rivales fuertes, cuanto mas fuertes, mejor.
Cuenta Darío Dubois, jugador de Midland allá por los 90 y
pico, que en un partido contra Excursionistas en el Bajo Belgrano, el árbitro
al sacarle la segunda tarjeta amarilla, se le cae un billete de $500 del
bolsillo y Dubois al ser expulsado, se zambulle y sale corriendo con la guita
en la mano. Lo siguieron hasta el vestuario y después de muchos cabildeos,
devolvió el importe.
El desparpajo, lo insólito y lo repentino se mezcla con la
emoción profunda que se siente ante la belleza de una jugada, de una entrega y
de una vocación de patear la pelota 90 minutos luego de una semana de
entrenamiento, de trabajo en la fábrica o en la oficina o de estudios. Muchachos
amateurs, aficionados con un corazón profesional.
Luego de un tremendo partido...equipos de la última
categoría...empate. El mediocampista del visitante "la rompió" y al
retirarse todos por el túnel, un hincha local, con admiración y respeto, le
grita ¡cinco!...levanta el pulgar y lo aplaude.
El deporte, no es ajeno al amor, en el sentido mas generoso.