Por Jorge Daniel
Testori
Al principio por su proximidad, el Club Defensores de
Cambaceres fue el centro de reunión de los chicos del barrio, un lugar de
juegos siempre ante los atentos ojos de familiares y vecinos. Allí supimos
encontrar un metegol y un juego de sapo en las viejas instalaciones de la calle
San Martín N°715.
Con el tiempo nos fuimos enamorando de los colores rojos y
aparecieron la primera máquina
de flipper, un billargol, mesa de ping pong,
pool y billar.
También recuerdo en esos iniciales años 60 cuando mi papá
nos llevaba a visitar a mi tío Carlos en la calle 25 de Mayo casi Don Bosco
donde frente a su casa estaba la pista de karting del Club Pueblo Nuevo y en
los fines de semana veíamos las carreras y los pequeños móviles conducidos por
niños.
El Club Fuerte Barragán en Brasil entre Libertad e
Independencia era especial para jugar al metegol y participar de los
campeonatos "del que gana sigue" en rabiosa competencia.
Alguno de los pibes del barrio descubrió que en el Club
Alumni en la esquina de Libertad y Don Bosco había una enorme pista de
Scalextric y alquiler de autitos, así que juntábamos unos pesos para pasar
horas y horas en el circuito de carreras.
Yo, como siempre, despistaba o chocaba.
Ya pasados los 15, los 16 años, casi terminando la
secundaria, comenzamos a ir al atardecer al Centro de Ex Alumnos de Don Bosco,
en la cuadra de la iglesia y el colegio de curas, a jugar al metegol, al
billargol y apurar algún gancia con limón.
Tardes de Plaza Belgrano y juegos.
Con los 18 cumplidos nos agarró la manía del billar y para
jugar mas o menos se necesita práctica, por eso, rumbeábamos para el Club
Ateneo de la calle La Merced entre Estados Unidos y Perú.
Lo bueno en esa Ensenada pueblo era que salíamos en grupo a
divertirnos, con total libertad, contentos y nunca un problema.
Así el barrio se expandió en la ciudad.