¿Quién fue el jugador de Defensores de Cambaceres que se
quemó en 1956 en la esquina de 10 y 40? ¿Agustín Monetti, Rodolfo Gallego
Rodríguez o Pichón Negri? La tradición de la quema nació frente a un
bar-almacén, de Luis Tórtora, presidente del Rojo de Ensenada, campeón invicto
de la liga local.
“Hoy se compran maderas, todo, antes nada... Y al personaje
que se quemaba, se lo invitaba, porque tenía que estar vivo. Aunque nunca
venía, era medio difícil...” Roberto Tórtora nos atiende en su casa de 40 nº
731, que vendría a ser la sede de La capital del muñeco. Invitó a sus amigos,
tres de fierro -como la estructura de un muñeco- y sin querer apareció uno que
había estacionado el auto enfrente y pasó pa’ adentro, con una memoria que
resucitó a varios personajes. Qué charla, pongamos algo para beber y salgamos a
caminar imaginariamente por estas calles, cincuenta años no es nada. -Queremos
saber quién era el futbolista que se quemó. En esta esquina nació el primero y
ya se escribió mucho, pero el dato de quién era el tipo no aparece en las
bibliotecas señores . Roberto, el hijo del que marcó el camino, frenó a los
demás. Quizás el silencio traía reminiscencias de su viejo. “Es hacer teoría
pura y no poder demostrarlo” suelta Roberto.
Cuatro nombres. Agustín Monetti,
Rodolfo Gallego Rodríguez (ex Gimnasia), Manuel Payo Pellegrina y Juan José
Pichón Negri (dos ex Estudiantes). Los cuatro terminaban sus carreras en el
Rojo de Ensenada, gran campeón e invicto, a pocos años de ser club de AFA. ¿Qué
unía a la esquina de La Plata con la ciudad de Ensenada? El tema es que había
un bar-almacén, por donde caminaban futbolistas, la mayoría de Cambaceres. A
ellos los invitaba Don Luis Tórtora, dueño del boliche y presidente de Camba.
Su entusiasmo por el título de aquel año lo llevó a construir un cartel que
decía “Defensores de Cambaceres - 1956. La Barra de 10 y 40”, pintándose de
rojo un muñeco con pirotecnia. Quién diría que la gran idea de Luis perduraría
para siempre, extendiéndose a todos los barrios de a poco, siendo hoy una
fiesta mundialmente única. En la casa de Luis, en el patio, había un gallinero
y también guardaba un Ford A modelo 31. Cerca de las fiestas ése era el sitio
para armar el momo. Lo único que se le agregaba afuera eran los brazos y el día
31 lo trasladaban a la puerta del despacho de bebidas. La sirena En la
trastienda de aquella pulpería, todos los meses se hacía una comida. Pasaban
Oleynicky, ex arquero pincha, Juan Angel Ferretti, otra figura de antaño,
noches y reunión. No faltaba Gino Onofri, que también tenía cierta ligazón con
la orilla ensenadense. Era capitán de los bomberos de Ensenada y le prestaba a
la barra la sirena. “No todo el mundo tenía sirena -dice Roberto-; también nos
prestaba un mortero para lanzar las bombas”. A las 19 la vida en 10 y 40 era dedicada
a ese muñeco. Luis ya no preparaba un trago al parroquiano que pedía para
calmar su sed y sus penas. Ahora el trago especial lo pensaba en función del
muñeco: en una botella mezclaba kerosene, alcohol y algo más. Arrojaba ese
líquido en forma circular, rodeando al muñeco y prendía fuego. La multitud, de
chicos y grandes, tomados de la mano comenzaba a gritar y a aplaudir, mientras
por una escalera alguien trepaba para encender la cabeza del personaje. Se
mantiene el fuego Fuera del bar Los Obreros (así se denominaba), en las horas
más festivas los muchachos salían a la puerta y tomaban del pico riendo como
hienas contándose aventuras. Como las chapitas que ponían en los fierros del
tranvía -por allí pasaba el 14-. Juntaban chapitas de sidra y les ponían
clorato de potasio, azufre molido, carbón molido y azúcar, y cuando sobre los
rieles venía la máquina de calle 9 hasta 11 explotaban de lo lindo. La fachada
del bar tenía un paisaje de ladrillos, un par de carteles publicitarios, Amaro
Montebar, Vinagre Alcazar, Franca y Bols. Un árbol era adornado como un
arbolito y no faltaba el mensaje de “Felices Fiestas, la barra de 10 y 40”. El
fuego sagrado de la celebración continúa de generación en generación.