Transcribimos a continuación la nota completa:
Los Nike truchos tal vez estén en algún rincón de la vieja
casa familiar del barrio Los Hornos, en La Plata. O tal vez ya no, quién sabe. No importa
tanto: aún hoy habitan en la memoria de Lucas Pratto, muchos años después de
haber calzado sus pies en tantas tardes de fútbol. ¿Cómo convencerlo de que
estos botines que ahora lleva puestos en cada partido, originales y con la pipa
lustrosa, valen más que aquellos?
Paradojas de la vida, la ecuación se invirtió: este muchacho de 25 años, grandote y cara de bueno, recibe dinero por lucir en sus pies lo que en esos años de adolescencia era un lujo inalcanzable. “En Cambaceres me tenía que comprar los botines, y como no tenía plata para tener unos de marca, mi mamá me los hacía fabricar en una zapatería del barrio, donde me salían mucho más baratos, la mitad de lo que costaban los Envión, por ejemplo. Ni hablar de unos Puma o unos Nike. En la zapatería salían 25 pesos los negros y 30 si los querías de un color. Para combinarlos con los colores de Cambaceres yo los pedía blancos y con la pipa de Nike roja. Todo trucho, por supuesto”. Sentado a la sombra de la inmensidad dela Villa Olímpica de
Vélez, aquí y ahora, los ojos claros de Lucas apuntan hacia arriba, escarbando
en el recuerdo. En esos tiempos de esfuerzos anónimos: “Yo había empezado en
Gimnasia de Los Hornos. Después me probé en Estudiantes, pero sólo me querían
para la liga local, no para AFA, y yo creía que estaba para más. Entonces me
fui a Cambaceres porque estaba mi hermano, y empecé en Séptima. Iba al colegio
en bici a la mañana, volvía a mi casa y caminaba 20 cuadras para tomar un
colectivo para viajar a Ensenada. Tenía una hora de viaje de ida y otra de vuelta:
volvía a casa a las 9 de la noche, muerto. Me vieja me preguntaba si tenía
deberes y le mentía diciéndole que no, sólo quería comer y acostarme”,
prosigue.
Al año siguiente, en Quinta, festejó 25 goles y salió campeón con la división. Empezaba a escalar: lo subieron ala Reserva
y a mitad de 2007, después de que Boca ganara la Libertadores , Miguel
Russo lo llevó de pretemporada a Tandil con la Primera. Pasó por la
rapada clásica con Nico Gaitán, Roncaglia, Forlín y Monzón. A la vuelta de las
sierras, con la inquietud de quien quiere probarse a sí mismo, se fue a
préstamo a Tigre. En Boca, su puesto estaba sobrecargado: Bosselli y Marioni
eran los suplentes de Palermo. “Cagna me pidió, yo ya tenía casi 19 años y
quería jugar. Me sirvió, tuve mis primeras concentraciones, empecé a tener
minutos, lo que buscaba. Hice mi primer gol, contra San Martín en San Juan: me
quedó una pelota a la salida de un tiro libre, la acomodé y le di de zurda. Lo
grité como loco. Después terminé jugando de titular los últimos partidos. Me di
cuenta de que podía”, le pone imágenes a ese tramo vital en que un proyecto de
futbolista termina convenciéndose de que saltará la barrera. Y que el fútbol,
además de su pasión, será también su medio de vida.
la
B Nacional , jugando los 19 partidos de titular. Entonces,
vino su último regreso a Boca: cuando los sonidos del Mundial de Sudáfrica
empezaron a callarse, un chico de 22 años recién cumplidos entraba en la letra
chica de los diarios argentinos que hablaban de la llegada a la Bombonera del chileno
Gary Medel; Pratto era “la parte de pago” que recibiría la Universidad Católica
al otro lado de la cordillera de los Andes. Su quinto club fue su trampolín
definitivo: a los tres minutos de haber entrado a la cancha por primera vez con
su nueva camiseta ya estaba festejando un gol, contra el Everton. Un guiño de
lo que vendría. En diciembre de 2010 era campeón del torneo chileno, y al año
siguiente, con el 2 en la espalda, su apellido se lucía en las estadísticas de la Copa Libertadores :
dos goles a Vélez en Liniers y otros dos al Gremio en Porto Alegre le daban
chapa de delantero para seguir. Y fue el Genoa italiano quien puso los 4,5
millones de dólares que pedían en Chile por su pase.
Unido y futbolero:
dice que las charlas sobre partidos y jugadores son trending topic en las
concentraciones de la
Villa Olímpica. “Yo miro mucho fútbol local, de Primera y de la B Nacional. Y si no
hay otra cosa, te miro hasta un partido del Itagüí”, grafica. Su primer
semestre fue bueno, pero se lesionó y se perdió los cuartos de final de la Libertadores , la
instancia en la que Vélez quedó eliminado contra el Santos. Pero los seis meses
siguientes… “Fueron redondos. Se suponía que iban a ser de transición y
terminamos campeones con cinco puntos de ventaja. Les hice goles a River, a
Racing y a All Boys en el partido clave, de visitante”, repasa.
Jugar en Vélez,
después de tanta agitación y camisetas intercambiables, lo transportó a otros
momentos de su vida. “Acá volví a ser feliz”, acorta la idea a cinco palabras.
También, la felicidad es sinónimo de Pía, su hija de tres años. Lucas se siente
cómodo; se le nota en las maneras, en el saludo por el nombre a los parqueros
del predio que pasan caminando. “Vélez puede tener lapsos de no pelear
campeonatos, pero mantiene una identidad. Incluso ahora se está nutriendo con
más juveniles que durante los primeros tiempos de Ricardo. Hay muchos jóvenes,
y esa es una idea para valorar”, pondera.
Paradojas de la vida, la ecuación se invirtió: este muchacho de 25 años, grandote y cara de bueno, recibe dinero por lucir en sus pies lo que en esos años de adolescencia era un lujo inalcanzable. “En Cambaceres me tenía que comprar los botines, y como no tenía plata para tener unos de marca, mi mamá me los hacía fabricar en una zapatería del barrio, donde me salían mucho más baratos, la mitad de lo que costaban los Envión, por ejemplo. Ni hablar de unos Puma o unos Nike. En la zapatería salían 25 pesos los negros y 30 si los querías de un color. Para combinarlos con los colores de Cambaceres yo los pedía blancos y con la pipa de Nike roja. Todo trucho, por supuesto”. Sentado a la sombra de la inmensidad de
De padres separados,
a la vida de Lucas en esos años la protegían Daniela –su mamá, a la que lleva
tatuada en el antebrazo derecho– y Leandro, su único hermano, tres años mayor
que él, al que define como su mejor amigo. Era Leandro quien lo cuidaba
mientras la mamá trabajaba como empleada doméstica, vendedora de ropa o lo que
hiciera falta para sostener a los Pratto pichones. Para Lucas, el fútbol se
combinaba con la escuela y, ya más grande, con repartir volantes u oficiar de
“cuidador de un salón de fiestas”, una changa que le reportaban preciosos 50
pesos por noche. Todo ayudaba.
Boca, la ilusion de
la infancia
En Cambaceres su
puesto era de volante central o por derecha, pero con la idea fija del gol, al
que llegaba seguido. “Estilo Maxi Rodríguez, pero no tan bueno”, se ríe. Hasta
que llegó uno de esos días bisagra en la vida de los futbolistas: se entreabría
la puerta de Boca. El repasa la historia con prólogo incluido: “En Cambaceres
tenía un profe que era socio de Gabriel Palermo, el hermano de Martín. Un día
de diciembre me dijeron que me llevaban a hacer una prueba, pero yo no sabía en
qué club era, recién me enteré cuando llegamos a Casa Amarilla. Alfredo
Altieri, que era el coordinador, me preguntó de qué jugaba y le contesté que
era delantero. Hice una buena práctica y me dijo que en enero volviera, que me
iban a llevar a la pretemporada y que seguiría a prueba. Yo era fanático de
Boca. Cuando volví a mi casa y le conté a mi mamá, se puso a llorar. Yo no
entendía nada, era raro para mí verla así”, rebobina la película de su vida.
Acunó la ilusión en
esa Navidad, pendiente de la oportunidad que tenía por delante. “El día de la
salida a la pretemporada, lo primero que hicieron fue mandarme al lugar donde
daban la ropa. Yo estaba acostumbrado a otra cosa, nada que ver con lo que veía
ahí. Me tomaron las medidas y me dieron conjuntos y también botines. Mi vieja
no lo podía creer”, revive la emoción de esa mañana de enero. Dos buenas
primeras prácticas en Tandil con goles incluidos le dieron el certificado de
jugador de Boca que tanto deseaba. Debutó en la primera fecha, en Sexta, con un
gol a Gimnasia, el del triunfo, además, ante la mirada de Daniela en la
tribuna.Al año siguiente, en Quinta, festejó 25 goles y salió campeón con la división. Empezaba a escalar: lo subieron a
VELEZ es el séptimo club de su carrera. Junto con Católica
es el equipo donde pudo mostrar su mejor versión.
Trotamundos a los 20
El olfato le sugirió,
una vez de vuelta en Boca tras la experiencia en Tigre, que había que marcharse
otra vez. La omnipresencia de Palermo le señalaba a ese chico de 20 años que
había que buscar otro horizonte para ganarse el pan. Iniciaba, sin saberlo, una
cadena de idas y vueltas non stop. En julio de 2008 se fue al exótico fútbol
noruego (ver aparte) y, al verano siguiente, estaba en Casa Amarilla, listo
para demostrar que Boca definitivamente podía ser su lugar. Era Coco Basile
quien llevaba las riendas, y en los seis meses siguientes Pratto vio cancha
sólo dos veces en Primera. “Pero fue uno de los semestres más positivos de mi
carrera, a pesar de eso”, sorprende. “Cambié mi forma de jugar, antes me basaba
más en la potencia, para mí la jugada tenía que terminar en un centro a un
compañero casi siempre. Basile me dio confianza, y yo me empecé a animar más, a
jugar, a tirarme atrás para tocar, y también a buscar el gol con más decisión”,
argumenta, seguro de que en ese tiempo nació el delantero que explotaría
después.
Le siguieron otros
seis meses en Unión, en
Pero en su nuevo
destino jugaba entre poco y nada. Allí, además de aprovechar los días libres
para deslumbrarse con Mónaco y Milán, la pasó mal. Lo explica con lógica de
oficinista maltratado por un jefe: “Cuando estás mal en tu trabajo, estás mal
en tu casa”, dice. Sólo seis meses después de su ingreso en el Calcio, apareció
la voz de Christian Bassedas en el teléfono. La oportunidad justa para que la
rueda dejara de girar tan rápido.
Estacion Liniers
Vélez, además de su
séptimo club, es el primero en el que Lucas superó la barrera del año en
continuado: en enero la cuenta llegará a dos, tomando como punto de partida el
verano de 2012. “Me decidí cuando me llamó Christian, y luché para que se
hiciera el pase porque noté un interés concreto. Me importa mucho que se den
las cosas así, y después me siento en deuda, quiero devolver esa confianza”,
asume. La primera charla con Gareca fue clara: “Adaptate, yo te voy a ir
llevando de a poco”, le dijo el Tigre. Y cumplió la palabra. “Llegué para jugar
sólo la Libertadores ,
pero después se dio que pude jugar el torneo local también. Estaban Burrito
Martínez, Augusto Fernández, Zapata, Pocho Insúa, Domínguez, Cubero, Barovero…
Cuando hay tantos jugadores de renombre, uno piensa que puede ser difícil
entrar. Pero acá, nada que ver, formaban un grupo muy unido”, retrocede.
Seguro que entre esos
chicos que ahora empujan desde abajo, habrá varios que sueñan con ocupar el
lugar que hoy disfruta Pratto. Como le
pasó a Lucas alguna vez, cuando se imaginaba cómo sería hacer un gol con la
cancha llena, mientras perseguía la pelota arriba de los Nike truchos.
FUENTE: El Gráfico.