Inmediatamente
cuando el árbitro pitó el final del encuentro, los jugadores del Rojo
estallaron de felicidad. No era para menos. Resultaba todo un desahogo a tanta
presión acumulada en los últimos meses. Fueron muchos los que no pudieron
contener el llanto de felicidad y alegría. Los abrazos se multiplicaron. Los
suplentes corrieron rápidamente a
estrecharse en un abrazo con sus compañeros. Lo mismo hicieron algunos de los
jugadores que no estuvieron entre los 18. Hasta una bandera roja apareció flameando en
la cancha. Un pequeño grupo de dirigentes y allegados no paraban de abrazarse y
festejar en la tribuna asignada. Y después de algunos minutos de felicidad en
el campo de juego, la emoción se trasladó a los vestuarios. Más celebraciones,
más canticos, más emoción. Era la forma
de liberar tantas tensiones acumuladas. Era el momento de la revancha y de
sentir que el deber estaba cumplido.