Duele
en el alma. No hay consuelo. Es uno de los momentos más tristes y dolorosos de
la historia del Rojo. El más duro de los últimos 35 años, incluso
superando cuando dejó la Primera “B”.
Ahora es peor. Es caer a la categoría más baja del fútbol argentino. Es tener
que empezar de nuevo desde la última divisional. Es tocar fondo,
definitivamente. Es el resultado de un proceso donde se cometieron graves
errores y producto de la decadencia institucional en la que el Rojo cayó desde
hace varios años.
El
milagro soñado no llegó. En una sola tarde y en noventa minutos de juego era
muy complicado revertir todo. Se intentó, se luchó hasta el final, hubo
dignidad y una entrega hasta el último instante. No fue suficiente. No podemos
caerle solamente a este grupo de
jugadores ni a este cuerpo técnico. Tienen su grado de responsabilidad,
indudablemente, pero no son los únicos generadores de esta situacIòn. Un
descenso de categoría no puede explicarse en pocas palabras. Es la resultante
de varios factores que, con mayor detenimiento y con la mente más lúcida,
analizaremos con el correr de los días. Ahora nos embarga la amargura y la
frustración. ¿Cómo se pudo caer tan bajo? ¿Qué pasó? ¿Por qué, en cuatro años,
de jugar una final por el ascenso a la B se llegó a este presente que parece
ser una pesadilla? Los interrogantes se multiplican. Pero nada de lo que pasó
es casualidad. Lo veníamos advirtiendo en los últimos años y, con los
resultados la vista, debemos decir que lamentablemente no nos equivocamos.
Dolorosamente señalamos que el promedio se venía debilitando y que el margen de
error era cada vez más estrecho. Hasta que hoy llegó el día menos deseado. Este
día se recordará como uno de los más tristes de la historia deportiva de la
institución. Ahora más que nunca hay que unirse. Defensores necesita de todos
los que realmente lo quieren de verdad. Dejar de lado las diferencias y ver la
manera de lograr un proyecto que no solo abarque lo deportivo sino también lo
institucional.