Y un día iba a ser. Un día Defensores de Cambaceres iba a descender después de zafar tantas y tantas veces por obra y gracia de los milagros. Un maldito día todos los errores dirigenciales, técnicos y futbolísticos iban a cobrarse el altísimo precio de perder la categoría. El tiempo dirá que fue un 10 de mayo de 2008, el día en el que todos los desarreglos de un club que pendía hace ya demasiado tempo de un hilo, le dio paso a un descenso anunciado. Y al infierno tan temido.
Los jugadores, estos chicos en su mayoría jóvenes que fueron obligados por el destino a ser portadores de una situación acarreada desde ya hace demasiadas temporadas, no tenían consuelo. Las imágenes, por más que usted me diga que esto es fútbol y que no tiene nada que ver con la vida o la muerte, eran propias de un velorio. Un vestuario envuelto en un silencio sepulcral, sin palabras, sin ruidos. Solo un maldito silencio que era otra prueba de rendición ante lo evidente, ante lo inmodificable. "Lalo" Borgarelli ensayó un discurso consolador con algún jugador. Pero inmediatamente se dio cuenta que nada de lo que pudiera decir en ese momento tendría sentido. Apenas alguna palmada como atisbo de contención. El llanto desconsolado de Aranas, de Russo, de Reme, de los pibes que no entienden porqué justo a ellos les tiene que pasar esto. De todos. Algún cierre de un bolso, el agua de las duchas que rompe la monotonía del silencio. Y dolor, mucho dolor como única respuesta a lo irreversible.
La crónica del naufragio de este Cambaceres que vive en carne propia lo que ya venía sospechando hace mucho no tiene un sentido caprichoso. Es la única menera de entender lo que se siente en este bendito deporte llamado fútbol que a veces dan tantas ganas de amar, y otras, como esta de Cambaceres, de odiarlo. Es que el fútbol no tiene la culpa, es cierto. Pero en él, como en la vida, alguien tiene que morir para que otros nazcan, y alguien sufre mientras otros gozan. Es la ley de la vida mi amigo. Como dice la canción de Serrat: " a menudo la cida nos besa en la boca", y aunque no haya otra que diga lo contrario nadie va a negar que a veces nos da una trompada de esa que nos deja groggie.
Pero no muertos. Porque Cambaceres, este legendario club de Ensenada que durante toda su historia supo de penas pero también de hazañas, nunca morirá. Y si lo hace simbólicamente como en este descenso, lo hará con dignidad, peleando de pie, como se juramentaron estos jugadores y este cuerpo técnico. Como lo merece su historia.
"Lástima que encima el descenso se consume en esta fría y lejana cancha de Maswicht, donde encima ni siquiera los hinchas del Rojo podrán descargar su congoja juntos, que es al menos un alivio", pensaba mientras veíamos sin ver con nuestro amigo Gabriel de Charras un partido que desde los goles de Mattos perdió todo sentido. Eso, y que los jugadores no hayan podido tener al menos la cálida despedida de lo que, no tengo dudas, hubiera sido una ovación de sus hinchas (y que seguramente lo será ante Deportivo Merlo), como premio a tantas ganas de revertir lo inevitable, y de jugar con el arte de vivir con fe, y sin saber con fe en que.
En la foto, en las estadísticas, crudas e injustas, van a quedar la mayoría de estos pibes registrados en la tarde que después de casi 10 años (la mayor estadía de Camba en la tercer categoría), Cambaceres descendió. Para los que viven su vida de los registros será así. Para quienes entienden y sientes un poco más allá de esos papeles, no. Porque entenderemos que si existen responsables (y vaya si lo existen) para esta triste pérdida de la categoría, estaban muy pero muy lejos de la cancha de Armenio. "Justo a nosotros no toca dar la cara", me decía camino al micro el incansable Lucas Reme. Y tenía razón. Pero la gente no es tonta. Y sabrá dividir cargos y culpas. Mientras tanto, las lágrimas y el pesado viaje de vuelta les quedó para estos jugadores, portadores indeseados de tanta obra mal hecha, de tanta incoherencia organizada.
Mientras tanto, el hincha, vieja víctima asociada del fútbol, seguía el resultado como podía, en un cyber, o en un rincón de su casa. Sufriendo anónimamente, como suelen sufrirse las cosas que duelen de verdad. Sin exposiciones mediáticas. Con una radio, un puño apretado y la resignación como únicos testigos. Con el alma un poco rota, pero dispuesta a reponerse. Y seguir viva. Como Cambaceres. Que podrá caerse pero nunca morirá. Aunque deba atravesar tempestades y superar infiernos. Aunque deba resistir a todo. Hasta a este inolvidable 10 de mayo de 2008, en el que Camba perdió la categoría, pero jamás su orgullo.
Por Martín Ortiz (www.lasvocesdelascenso.com.ar)