Por Gabriel de Charras
Aunque pasen las horas cuesta digerir la noticia. Cuesta
creer a quienes amamos este deporte que la persona que mejor lo jugó ya no esté
físicamente entre nosotros. Quedará el mito, la leyenda, esas gambetas y goles
inolvidables.
Tuve el privilegio de verlo jugar en cancha en varias ocasiones y de dirigir en este último paso en Gimnasia. Me quedan tres recuerdos puntuales.
El primero, siendo muy chico, de esperar su salida de un
estadio platense luego de jugar para Argentinos Juniors. Y lograr su autógrafo,
que aún conservo e ilustra esta nota.
El segundo, ya más grande, ejerciendo esta profesión, me
tocó ir a cubrir un partido con la Selección Nacional ante Dinamarca, en 1993,
en Mar del Plata, un partido que se ganó por penales y por la intervención de Goicoechea.
Ni bien concluyó el encuentro, bajé a vestuarios, y casi de casualidad, en la
puerta misma, estaba él y pude grabar una nota mano a mano para el programa
Onda Deportiva, que se emitía por FM Ensenada.
El último recuerdo, más reciente, ocurrió hace pocos meses atrás, antes de la pandemia, ya como entrenador del Lobo. Tuve la posibilidad de llevar a mi sobrino a uno de los partidos y que conociera a metros de distancia al mismísimo Diego, que terminaba de un diálogo muy particular con Hebe de Bonafini. La cara de sorpresa y de admiración de ese chico por ver a su ídolo es inolvidable.
Fue mi última imagen cercana con Diego.