Por Jorge Daniel Testori
Éramos los dueños de los arroyos, del monte, de los
frutales, mojarritas y torcazas, éramos cazadores de cuises y pescadores de
anguilas, propietarios de precarias embarcaciones, de hábiles gomeras y
desafiantes rifles de aire comprimido.
La costa era nuestra, éramos los amos del este del
territorio.
Del otro lado, el oeste, lo desconocido mas allá de las vías del tren que traqueteaba paralelo a la calle Bossinga, la nada misma.
La calle Bolivia llegaba hasta la calle 25 de Mayo
y un alambrado bajito delimitaba la cancha de fútbol del Club 25 de Mayo, un
simple campo de juego donde pastaban tranquilos los caballos, con sus dos arcos
de madera y una especie de vestuario de bloques, destruido y sin techo.
Al final, casi llegando a la supuesta calle Uruguay
el arroyo "La Fama" y el puente metálico donde jugábamos saltando de
durmiente en durmiente especulando con el paso del tren.
La conquista del oeste consistía en meternos por
esos campos, tener cuidado con las nutrias del otro lado del arroyo, juntar
acelga para las ravioladas o bosta para las quintas y pescar y cazar esas
enormes ranas para el estofadito que preparaba mi mamá.
No era fácil, el barro, los charcos y los pinchudos
cardos arruinaban las zapatillas y las medias de strich que regresaban
emplumadas a la pileta de lavar.
A veces jugábamos algún picadito en la cancha,
aunque nunca juntábamos el número para formar dos equipos de once o se metía un
caballo retobado y nos arruinaba la partida.
Así fuimos poco a poco conquistando el oeste, hasta
que las máquinas y el cemento nos invadió cuando nacieron nuevos barrios de
departamentos, primero el "5 de Mayo", luego "UOM" y los
otros que fueron poblando nuestros territorios infantiles.
Pero ya éramos mas grandes, jóvenes, casi hombres.